Las tribulaciones de un naturalista de agua dulce en alta mar III
Día 3: ¡Anda ya! Si en Murcia no hay delfines...
... que es lo que te puede decir cualquier murciano de a pie, de esa gran mayoría que jamás se ha preocupado por preguntarse cuales son los tesoros que atesora su tierra. A ellos va dedicada esta crónica.
Cinco minutos de que el horrible relincho de caballo me despertara por tercera vez, mi mente decidió despertarse automáticamente para ahorrarme ese trauma tempranero y estar por lo menos despejado para cuando sonara. Siguiendo lo que ya estaba empezando a convertirse en una rutina, calentamos soñolientos el café y sacamos los trastos del desayuno a cubierta, para ir tomando contacto con el frío de la mañana, mientras las Gaviotas patiamarillas se desperezaban en sus posaderos y los Estorninos negros (Sturnus unicolor) cantaban melancólicamente en los árboles de la muralla de Cartagena.
Poco después ya enfilaba el Else la bocana del puerto, con un cielo con bruma y el mar en calma, con apenas un poco de viento. Al salir nos cruzamos con una imponente fragata italiana que venía a recalar a puerto por vaya usted a saber que extraños motivos ocultos, y con el típico tráfico de cargueros que entran y salen de ese valle infernal y destrozado que es Escombreras. Rápidamente nos repusimos ante esas visiones de supuestas maravillas humanas para adoptar nuestros puestos de avistamiento y buscar y deleitarnos en las verdaderas maravillas que nos rodeaban, pudiendo contemplar casi de inmediato una balsa formada por los cuerpos flotantes y soñolientos de unas cuarenta pardelas, a las que no pude identificar bien, pero que podrían ser tanto Pardela cenicienta, de la que ya hablé el día 1, o Pardela pichoneta (Puffinus puffinus). Cantidad de gaviotas, tanto reidoras como patiamarillas acudían a sus quehaceres diurnos, y un enorme Alcatraz nos adelantó gracias al empuje de sus grandes alas.
Una vez ganado algo de distancia con respecto a tierra, viramos hacia el Este, para seguir la línea de costa y llegar hasta Mazarrón, desfilando ante nosotros los enormes acantilados que hay entre Cabo Tiñoso y la Azohía. Todo transcurría con tranquilidad, como los dos días anteriores, y nos aprestábamos a tomárnoslo con calma. Tampoco tuvimos que esperar demasiado. No eran ni las nueve y media de la mañana cuando sonó el grito de "¡Avistamientooooo!", y casi de inmediato nos vimos inmersos en una manada de veinte a veinticinco Delfines comunes (Dolphinus dolphis), que, indiferentes a nuestros gritos de asombro y admiración, se limitaron a seguir su camino con la honda determinación de alguien que sabe a donde va y tiene prisa por llegar, ya que pasaban tranquilamente por debajo del barco sin desviar su ruta y sin mirarnos dos veces.
Finalizado este contacto, tras apenas habernos recuperado, nos encontramos con un grupillo de Delfines listados que no parecía saber muy bien a donde quería ir, o simplemente holgazaneaban con indolencia, moviéndose en círculos y echándonos miradas distraídas por encima de la aleta. El ánimo en cubierta estaba ya por las nubes, y casi nos dábamos por contentos con los que ya habíamos visto, pero a lo largo del día, conforme nos movíamos por el litoral de Mazarrón, bastante mar adentro, los avistamientos se sucedieron prácticamente sin cesar hasta que el Sol tuvo la decencia de ponerse para correr un velo de oscuridad ante todos los delfines que salían a nuestro paso. Pude contabilizar más de cincuenta Delfines listados en siete contactos distintos, cuarenta Delfines comunes en cuatro contactos y trece Calderones comunes en un único contacto. No dábamos crédito a nuestros ojos cuando grupos de doce Delfines comunes tomaban nuestra proa para aprovechar el empuje del barco y jugaban persiguiéndose y rozándose a menos de dos metros de mis ojos, pudiendo casi acariciar la piel negra con listas grises y amarillentas, o ver con toda claridad a una cría de apenas un metro de largo no dejar la cola de su madre y aletear a veces con entusiasmo, contagiada por el alboroto general de sus mayores. O grupos juguetones de Delfines listados saltando a lo lejos para salir disparados hacia nosotros en cuanto escuchaban el barco para tomar nuestra proa.
Curioso fue también el contacto con los Calderones comunes, ya que los sorprendimos mientras se echaban una siesta flotando tranquilamente al Sol, alineados como pequeños submarinos de ébano en orden de batalla, aunque no estuvieran del todo dormidos, ya que siempre mantienen un control voluntario sobre su respiración. De cerca que estábamos, se les oía respirar por los espiráculos, como profundos resoplidos o suspiros humedos. Ellos también tenían una cría pequeña de la que no se despegaban.
Este día fue más de los que la mayoría de los que estábamos en el barco podíamos esperar.
A todos los que se mueren por tener una casa en la playa o poder jugar al golf en invierno al solecito les recomendaría una terapia a base de días así, y después les preguntaría si por satisfacer ese deseo tan snob sacrificarían las maravillas que pude contemplar, casi al lado de mi casa.
Jose Luis
2 Comentarios:
Ya veo que lo estás pasando bien embarcado. Por cierto, hazte una cuenta y postea tú mismo los artículos en vez de delegar en la líder.
Prometo que algún día de estos postearé algo...
a ver si es verdad eso de que vas a postear algo, cacho perro :-P
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