Las tribulaciones de un naturalista de agua dulce en alta mar V
Día 5: Volvemos a bailar (27-XI-2004)
Este día comenzó ya con novedades, pues aparte de levantarnos un pelín más tarde, apenas media hora, debido al cansancio generalizado de la tripulación, se nos unió por primera vez Pedro, que es, entre otras cosas, el presidente de ANSE, y una de las personas más temidas por los maltratadotes del Medio Ambiente en general en la Región de Murcia, aparte de un gran conocedor de la flora y la fauna de la Comarca de Cartagena, un refuerzo que no llegaba demasiado pronto para nuestras pupilas cansadas de perderse en el ancho azul del mar buscando la aleta o el resoplido del ansiado delfín. También partimos de puerto un poco más tarde por que tuvimos que repostar, lo que me dio la oportunidad de ver varias cosas interesantes en la dársena de pescadores del puerto de Cartagena. Debido al movimiento de pescado en general, aunque parezca mentira, es un buen lugar para observar aves muy interesantes y muy cerca de la casa de uno. Nada más entrar me sorprendió el relámpago azul eléctrico de un Martín pescador (Alcedo atthis) volando a ras de ola, con su cuerpo pequeño y compacto y su pico grande, moviendo las alas en borrón de velocidad, y digo me sorprendió por que hasta hace poco estaba convencido de que esta ave requería de unas condiciones ambientales un poco más elevadas que las que se pudieran dar en un puerto grande como en el que me encontraba, pero después de verla en varios sitios para mi insólitos, he acabado por aceptar que es realmente adaptable, sobre todo en invierno, lo que hace que podamos disfrutar de su maravilloso colorido en plena ciudad de Murcia en los márgenes del río o en la misma ciudad de Cartagena. Numerosas eran las gaviotas, tanto patiamarillas como reidoras, así como de los acrobáticos Charranes comunes, así como la de sus parientes, los Charranes patinegros (Sterna sandvicensis), casi idénticos, solo que algo más grandes y con el pico más largo y terminado en una punta clara. El negro Cormorán moñudo (Phalacrocorax aristotelis), nadando como un pato algo hundido también aparecía por este hervidero de embarcaciones y marineros, acompañados, claro está, de los más cosmopolitas Gorriones comunes (Passer domessticus) y Palomas comunes (Columba livia). En la media hora escasa que nos llevó llenar los depósitos de combustible del Else ya andaba maravillado por las cosas que estaba viendo.
Por fin nos hicimos al mar, comprobamos que las previsiones del tiempo para la fuerza del viento eran acertadas, variando entre fuerza dos y tres, lo suficiente para hacernos bailar de nuevo en ocasiones y para que nos dejáramos los ojos intentando averiguar si entre toda la espuma de las olas, alguna era provocada por las salpicaduras de algún delfín.
El tiempo pasaba, y pronto cundió entre la tripulación que sería complicado ver bichos en esas condiciones, por lo que, por lo menos yo, me concentré en las aves, más visibles. Y aunque tampoco se prodigaron demasiado, pude ver una rarísima Gaviota de Audouin (Larus audouinii), a la que ya me referí en el día dos, y Pardelas balear y mediterránea (Puffinus mauretanicus y Puffinus yelkouan), que en esta época del año suelen viajar juntas en migración hacia el Atlántico, haciendo complicado su distinción, ya que ambas vuelan de forma parecida, a ras de ola, con planeos cortos seguidos de tres o cuatro batidas rápidas de alas, y ambas son pardas por el dorso y blanco parduzco por el vientre. La especie balear está estrictamente protegida por estar en peligro de extinción, lo cual hizo que su avistamiento me resultara triste y alegre al tiempo, triste por saber el peligro que corre un ave con un volar tan bello que casi acaricia la cresta de las olas con la punta de las plumas primarias, y alegra por haberla visto, por confirmarme a mi mismo que aún existe y que todavía podemos salvarla y preservar esa belleza para todo aquel que quiera y sepa apreciarla.
A pesar de las condiciones de visibilidad, al mediodía contactamos con un grupo juguetón de Delfines listados de unos diecisiete individuos que tomaron nuestra proa y nos regalaron con lo que es un juego para ellos y para nosotros un espectáculo, el ver como se perseguía y rozaban juguetones ante nosotros. A veces se ponía tan monos que Carlos, nuestro curtido capitán, decía cosas como: "Si es que están pidiendo a gritos que me los lleve a un delfinario y los tenga pegando botes todo el día". Para nosotros, sus juegos constituían ya un acontecimiento casi diario, pero no por ello dejábamos de apiñarnos en la proa como tontos a admirar las listas de sus cuerpos o a reírles todas sus monerías.
Aún así, poco más vimos, y regresamos un poco antes a puerto para lo que esperábamos fuera un sueño reparador. Lo que no tuvimos en cuenta, por lo menos yo, es que los viernes el puerto de Cartagena se pone a tope de otro tipo de mamíferos, estos bípedos, aunque apenas pueden conservar esa condición debido a la ingestión masiva de alcohol. Dicha afición desmedida a esa sustancia nos ocasionó perturbaciones curiosas en nuestro descanso, como el hecho de que me tuviera que levantar pasadas las dos de la mañana para descubrir que dos muchachas completamente ebrias habían tomado la cabina de nuestro querido capitán como refugio calentito para dedicarse a lúbricos placeres sáficos y lésbicos que evidentemente, al ponerse un poco más agitados tuve que dar por terminados por el bien de nuestro descanso y para vergüenza mía y de las participantes, y cachondeo a la mañana siguiente por parte del resto de la tripulación. Pero eso ya pertenece a otro día y como tal, relatado en otro post.
José Luis
P.D.: No esperéis fotos de este último contacto con la fauna local pues medio adormilado no me dio tiempo a coger la cámara.
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